para mí la escandalosa
presunción de un vastísimo y caótico
azar de estrellas heladas

y que el sueño de descender palabras
que ciñeran y ordenaran
tal como el avaro ordena sus pepitas
en la alta e inexorable montaña
no es sino un entrecruzar de líneas
en calidoscopio de vértigos
inenarrables

ahora que por imaginarme algo
que mira o tus ojos altivos o cenizas
o el cuerpo cuyos entresijos
ponen en mí zozobra o asombro
he hecho que la festiva rosa de un mar
que lame estos pies cansados
pongan el verso
-toda mi estúpida ciencia-
como piedra que recoge
un exacto borde
del perdido camino

creo oír unas músicas

las he sentido como licor ardiente
y también como dulzor
que acaso recordara los duraznos

hubiera –no lo he hecho-
bailado en la última hora de su madrugada

allí cuando el deseo vuelve todo
premura torpe y gesto directo
sobre un cuerpo

también hubiera temido
estar como quien mira una inminencia de viajeros
y no llegó al balbuceo
a ninguna palabra

escucho todo eso
y te veo y me veo sin entender

un azar de estrellas heladas
-¡otro!- grita o canta

Carlos