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En un mundo de ruidos,
Una poesia o una nota aparecida,
desde nuestro interior o desde los otros,
que corra como el rio,
refrescando o
haciendonos repensar..
desde el simple te veo,
se que estas ahi!!!
porque?
porque yo te vi!!!
PicaMieL©

domingo, 12 de abril de 2009

EL MISTERIO DEL MIEDO( en la jungla de buenos aires)




Hacia la medianoche, la del primero de mes, la sombra se hizo más espesa y la soledad desbordó los callejones. Era también una noche fría, como las de junio, atravesadas da ladridos y viento, de alguna niebla reptando entre los pajonales de los alrededores. A esa hora, en los alrededores de Munro, a las puertas de Buenos Aires, las calles son como gargantas de miedo abiertas, de pronto, al maloliente hormiguero de alguna villa miseria. Era, sin embargo, una noche como tantas, ésa del primero, inclusive por lo que le pasó a Víctor Scianca, un vecino de las afueras del radio urbano.
Esta vez fueron tres los muchachones que treparon sigilosamente la tapia y se introdujeron en el taller metalúrgico de Scianca, un cobertizo de chapas instalado a los fondos de su vivienda. Como otras seis veces en lo que va del año, se alzaron con unos cuantos kilos de tubos de cobre estañado (esta vez 106 kilos, tasados en 85 mil pesos) y se evaporaron en la sombra. Habían tomado una precaución: tres días antes mataron a un cuzco, cuyos gruñidos representaban el único vallado que no podían atravesar. "El segundo perro que me envenenan", se quejó el resignado Scianca, a fines de la semana pasada, convencido de que está librado a su suerte y que los reiterados asaltos son una rutina de la que nadie podrá salvarlo.
Enfrente, la calle Uzal de por medio, Juan Carlos Zinga llegaba a esa misma conclusión; hace escasos nueve meses instaló allí una farmacia. Dos veces fue encañonado con un revólver y forzado a vaciar su caja; otras tantas, supone, pudo sortear el riesgo gracias al providencial arribo de un cliente o a su perspicacia. El mes pasado, un desarrapado cedió su turno a tres mujeres con el evidente propósito de quedar solo: "Cuando vi que de su bolsillo asomaba la empuñadura de una pistola, insistí en atenderlo. El hombre se sorprendió, pidió precio por un kilo de aspirinas y se fue". El farmacéutico Zinga no atina a más defensa que la de clausurar la puerta de su negocio, a partir del atardecer, y abrirla sólo cuando la facha del parroquiano no le despierta sospechas. "Puedo equivocarme —se disculpa—, pero no dispongo de otro medio
para protegerme."
Cuatro señoras que el miércoles pasado dialogaron con Primera Plana en la esquina de Paraná y Fleming, de Munro, naufragaron en esa misma desazón, y recurrieron a un inevitable paralelo: "Esto es el Far-West", tremoló Rosa Alciedes, cuya casa fue desvalijada dos veces antes de que se decidiera a enrejarla. Su testimonio coincidió con el de Ricardo Pigani, un empresario industrial, para quien "los delincuentes están perfectamente localizados, sólo que hay fuerzas superiores que se oponen a la depuración del barrio". A priori, fue fácil detectar que esas fuerzas están íntimamente relacionadas con la impotencia policial y el desmesurado crecimiento de las villas miseria, de donde provienen los asaltantes del taller de Scianca.
A media mañana del día 2, Scianca y su operario Jorge Oscar Nuevo (19 años) recorrieron los baldíos aledaños con el vago propósito de encontrar alguna pista que los pusiera en camino para develar el enigma de la noche anterior. Sorpresivamente, entre unas matas, hallaron varios atados de varillas de cobre y allí mismo concibieron un plan: "Pasarán a buscarlos", pensó Nuevo, quien permaneció dos horas agazapado tras un arbusto hasta que, en efecto, apareció el Negro Moyano, empujando un carro. ¡La pelea fue corta, casi tanto como la permanencia de Moyano —reducidor y con más de quince procesos por encubrimiento— en la Comisaría. Pagó 3 mil pesos de fianza y el juez ordenó su libertad.
En la Comisaría, Moyano no paró de sonreírse: alegremente admitió que en la villa El Ceibo funcionaba una banda de rateros, amparados por el doctor, cuyos representantes más conspicuos eran El Baboso, Juanca, Batata y Loza, todos menores de edad, todos en libertad, con no menos de veinte procesos cada uno. Si alguna vez conocieron las celdas de los reformatorios Almafuerte o Estrada, en La Plata, no fue más que para incubar nuevas bandas y aprender a delinquir. Allí los cursos son acelerados, de manera que cuando decidieron fugarse, El Ceibo los acogió como a héroes.
Nadie olvida, en la villa, la fiesta con que se celebró la vuelta de El Baboso: "Ese día la Vázquez se portó como los dioses —memoró un desdentado habitante de El Ceibo—. Mujeres y vino para tirar para arriba".
El club de la Vázquez es un rancho de maderas y tierra apisonada, que aloja varias camas y muebles atiborrados de bebidas: "Es nuestra única diversión; la señora cobra entrada pero nos divertimos de lo lindo", chanceó Roberto (17 años, chaqueño), habitué del reducto. A su lado, Norma (14 años, "espero familia para enero"), convino en que a veces las fiestas se ponen un poco peligrosas, "porque a los hombres se les va la mano con la bebida y por eso yo le digo a mi novio que se cuide; mi novio es cantor". Más que la villa miseria de la calle Borges, pegada al cementerio de Munro, El Ceibo constituye un inexpugnable hervidero de malhechores. Las dos cuentan con una abrumadora mayoría de residentes argentinos, inmigrantes de las provincias del norte, y son el fermento de los temores que asaltan a los 120 mil habitantes de Munro.

"¡Viva el doctor!"
"Lo malo es que hasta la policía está resignada", conjeturó un vendedor de cigarrillos de la calle Vélez Sársfield, la principal de Munro. Pudo averiguarse que no estaba del todo errado: cuando el oficial Oscar Apra intentó clausurar el prostíbulo de la señora Vázquez, fue repelido con sorna y amenazas: "¡Ya verá lo que le pasa! El doctor lo sabrá hoy mismo". Días después, misteriosamente, Apra fue transferido, "por razones de mejor servicio", a la Comisaría de San Martín, sin que consiguiera consumar su requisa.
A partir de él, otros cinco oficiales (Antonio Hudson, Lucas Gramajo, Luis Buizán, Manuel Moran y Enrique Olivero) fueron desalojados de la Comisaría de Munro por haber iniciado acciones tendientes a apagar los focos de El Ceibo y la calle Borges. "No consta en ninguna parte que ése sea el motivo —confió a Primera Plana un observador autorizado—, pero es por demás evidente: todos ellos demostraron su intención de abatir las patotas y localizar los reducideros." Pudieron a medias, porque los reducideros de Ojeda y Moyano siguen trabajando activamente y sus patrones se encuentran en los umbrales de la prosperidad. (Los 106 kilos de cobre estañado de Scianca fueron vendidos a Moyano en 20 mil pesos, la cuarta parte de su valor.)
En abril de 1963 una lluvia de plomo se precipitó sobre el oficial inspector Lance cuando sorprendió a cuatro menores en pleno atraco a un negocio de Ader y Vélez Sársfield; una bala 45 le travesó el pecho y fue a incrustársele en un pulmón. Sin embargo, más duró su convalecencia que la prisión de los delincuentes, a pesar de la larga enumeración de culpas (desacato, atentado, resistencia a la autoridad, abuso de armas, asociación ilícita y robos reiterados) con que estaban caratulados sus expedientes. "El doctor es de fierro, ¡por algo lo hicimos Diputado!", se jactó el hombre a quien Primera Plana interrumpió su siesta, bajo un sauce, a la vera de un serpenteante sendero al que confluían chicos y moscas, el hedor de las pocilgas, algunos perros, el ulular de una radio a todo volumen. Gordo y sudoroso, bastó un paquete de cigarrillos para que el viejo habitante de El Ceibo ("Soy uno de los fundadores de esto") deslizara el nombre del doctor: Antonio Marchiolo, Diputado radical del Pueblo, de Buenos Aires.

"Da asco, pero es cierto"
A partir de entonces, el nombre de Antonio Marchiolo resonó unido al de su alias —Sacapresos—, con que familiarmente se lo conoce en las Comisarías de Vicente López y Florida, en donde ejerce una demoledora influencia. Centenares de facinerosos, vagos y pendencieros han sido rescatados de la jurisdicción policial, en los últimos dos años, según alardearon algunos de sus protegidos; es, a su vez, lo que admitió un funcionario de la Policía provincial, quejumbroso e iracundo, amoscado porque "todo eso es cierto, da asco, pero no podemos hacer nada".
Por su intermedio, adquirieron validez otras presunciones: 'Sacapresos' Marchiolo pudo acceder a la Legislatura de La Plata, en representación de Vicente López, gracias a los votos que le dispensaron los moradores de las villas miseria, a los que llevó en camiones al comicio. Lo cual explicaría su actual gratitud si no fuera porque, atribuyéndose un doctorado en leyes, ha estipulado una tabla de tarifas para liberar a sus correligionarios, "ni bien cometen la estupidez de ser apresados".
Suele reunirse con ellos, bromear y pontificar sobre el futuro en el Comité de la UCRP, erigido en la calle Blas Parera, frente a El Ceibo; el flamante edificio es, también, el domicilio del carnicero Adolfo Pedro Tasso, acusado de un crimen (el de la viuda María Sammartino de Rivas, en 1949), que quedó finalmente impune: por falta de pruebas, Tasso (ahora jefe del Comité y brazo derecho de Marchiolo) fue devuelto a la libertad un año después. "Si ganamos las próximas elecciones —le prometió Sacapresos—, lo hago Inspector General de la Comuna." Nadie duda de que así será, ni siquiera los pocos oficiales de la desmantelada Comisaría de Munro, maniatados por el líder oficialista y la falta de recursos: los turnos de la noche se cubren con cuatro agentes; cinco bicicletas son los únicos medios de movilidad de que disponen; las escasas patrullas se realizan cuando consiguen prestado un colectivo de las líneas 143 y 230.
Nadie duda, tampoco, que nuevos pases, "por razones de mejor servicio", serán ordenados en cuanto la luz pública se proyecte sobre tanta tiniebla.
23 de noviembre de 1965
PRIMERA PLANA

1 comentario:

Cronista Silencioso dijo...

seguimos igual pero con mas violencia. Terrible. CS

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