Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un
tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam.
Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo
a la entrada de la carpa. Mediante el
pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y
veía a la gitana al alcance de su mano.
«La ciencia ha eliminado las distancias»,
pregonaba Melquíades. «Dentro de poco, el hombre
podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra,
sin moverse de su casa.» Un mediodía
ardiente hicieron una asombrosa
demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de
hierba seca en mitad de la calle
y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos
solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa
de consolarse por el fracaso de sus imanes,
concibió la idea de utilizar aquel invento
como un arma de guerra.
GaBriel Garcia Marques
fondo mio, tubo vaya a saber de quien.
cariños picamiel
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